miércoles, 2 de febrero de 2011

What I've done

En sus ojos se podía apreciar el odio más grande que yo jamás había imaginado. Era como si todo el mundo se me fuera a venir encima… Y yo seguía ahí, sin saber muy bien qué hacer o decir, sin esperar una respuesta, sin moverme ni inmutarme.

Y así fue, ni siquiera aquello hizo que me inmutara. Yo simplemente miraba y seguía mirando a mi alrededor, observando, viendo aquella realidad tan alejada de la que yo conocía. Cuántas cosas habían cambiado en realidad, qué mundo tan diferente al que yo solía conocer. Aquello realmente era el infierno hecho realidad, las guerras, todas aquellas pobres personas, aquellos niños… Y no pude hacer nada, no pude evitar callarme, ni echar la vista al lado que más me convenía.

Y todo aquello no era lo que merecía aquella realidad, aquella realidad era una que yo había conocido anteriormente pero excesivamente deteriorada, estropeada y tan alejada de lo que solía ser… Y en mi cabeza me preguntaba una y otra vez cómo habíamos permitido llegar hasta tal punto, hasta ver a todos caer, sin marcha atrás, sin que pudiéramos evitar que todo aquello siguiera su cauce.

Y recuerdo esa mirada fría. Fría y a la vez contemplativa como la mía. Aquellos ojos azules que me miraban fijamente sin saber muy bien qué explicación darme. Pero supe que no hacía falta ninguna explicación razonable porque sencillamente no la había. Todos habían caído ante nosotros mientras tantos otros se divertían en lujosas fiestas alejadas de todos aquellos núcleos de desilusiones y de vidas destrozadas.

Un cigarrillo a tiempo y mucho humo que escondiera la vergüenza que en realidad asomaban sus ojos. Pero de antemano ambos sabíamos que ni el humo de mil cigarrillos podría esconder toda aquella vergüenza por todo lo ocurrido. ¿Había alguna solución? Algunos murmuraban sorprendidos y con ojos como platos que lo único que podíamos hacer era seguir hacia delante, seguir con nuestras vidas olvidando aquellas imágenes que en realidad nos habían destrozado a todos. Otros más piadosos murmuraban a la vez y con cierta tonalidad de miedo que deberíamos de intentar algo, cualquier cosa podría ayudar.

Yo, cansada de todo aquello, cansada de buscar una absurda solución que no era capaz de encontrar ni en cientos de días me rendí al ver una de sus lágrimas. Al ver cómo brotaban de sus ojos sabiendo que ya era demasiado tarde que ya no había nada que nosotros, que todos nosotros pudiéramos hacer. No podíamos arreglar aquello que habíamos destrozado con orgullo y maldad, pero podíamos empezar a construir algo mejor... Pero algo mejor ya no podría existir después de contemplar tal horror, después de ver al propio Satanás robarle la vida a cientos de personas inocentes.

Entonces, sin decir nada, se acercó a mí, me tendió su mano y murmuró palabras ininteligibles. Palabras que fueran las que fueran traerían consuelo en cada una de sus letras. Cada uno de sus sonidos. Se arrodilló pidiendo perdón, buscando alguien con el que disculparse sin entender que en realidad no podía disculparse, no existía disculpa que remediara todo aquello. Y en sus rodillas, derrochando lágrimas sin parar entendió que podría no sin mucho esfuerzo remediar ciertos movimientos, ciertos actos que no le orgullecían en absoluto. Y me tendió la mano, me arrancó de aquel sitio haciéndome ver que aún quedaba por hacer… Aún podríamos intentar que la felicidad llegara a aquellos corazones; aún quedaba una tarea, una diferente, una que nos librara de aquellos continuos remordimientos que ambos sabíamos que jamás lograríamos echar de nuestra conciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario